CARMELITAS DESCALZOS, COLOMBIA

CARMELITAS DESCALZOS, COLOMBIA
NOVICIADO SAGRADO CORAZON DE JESUS. VILLA DE LEIVA COLOMBIA

Datos personales

LA ORDEN DE CARMELITAS DESCALZOS, LLEGO A COLOMBIA EL 5 DE JULIO DE 1911. PROXIMAMENTE CUMPLIREMOS 100 AÑOS DE PRESENCIA EN ESTAS TIERRAS COLOMBIANAS DONDE HEMOS IMPREGNADO LA ESPIIRTUALIDAD DE NEUSTROS FUNDADORES. TERESA DE JESUS Y SAN JUAN DE LA CRUZ.

sábado, 15 de septiembre de 2007

DIOS: HUMANO POR AFECTIVO

La teología no existe por sí misma, pero Dios sí existe por sí mismo. La teología necesita de Dios para ser teología, pero Dios no necesita de teología para seguir siendo Dios. Este par de afirmaciones buscan hacer ver que la teología es una elaboración humana, no imaginaria ni mucho menos inventada, pero humana al fin y al cabo, porque surge debido al quehacer de un teólogo, sin olvidar que el teólogo se da gracias a Dios. Es decir, la teología no se puede dar ni sin el teólogo, ni sin Dios. Esto para comprender el motivo por el cual, en un momento de su vida, Lonergan indagó por la forma de hacer teología, cuestionamiento que de inmediato lo llevó a inquirir la importancia del método, que en su significado más básico significa camino hacia determinado fin. Así, investigando diferentes métodos, el de las ciencias naturales, el de las ciencias sociales, el de la filosofía, entre otros, se dio cuenta que el método no es algo que tiene el hombre, sino que es el hombre mismo en el ejercicio de sus operaciones intencionales que son cuatro, a saber, experimentar, entender, juzgar y decidir[1]. Este descubrimiento, o en palabras del mismo Lonergan, esta objetivación de las operaciones intencionales, sitúa al hombre como meta-método de cualquier otro método. Así mismo, en la auto-apropiación de la conciencia intencional el hombre también accede a diferentes campos de significación para darle sentido y significado a la realidad que lo rodea. Esos campos del significado son “el sentido común” y “la teoría”. El primero “es el campo de las personas y de las cosas en su relación con nosotros”[2], mientras que el segundo es de corte científico porque indaga por las cosas como son.

En consecuencia, el meta-método de la teología es el hombre, lo que indica que él está llamado a producir teología, no a ser un reproductor de los datos que ya posee esta materia. Y es curioso que el hombre, por el mero hecho de ser él mismo un método, no por eso ya puede producir teología, no solamente porque de hacerlo sería un ejercicio de pura construcción humana, sino porque necesita de un seguimiento vital de aquel de quien pretende hablar, porque resulta que Dios no es una cosa, sino tres personas en un solo Dios, de modo que el seguimiento implica afectividad, y por la afectividad viene el conocimiento, y únicamente por ese vínculo el teólogo puede ser un productor, y no un repetidor. Con Dios es necesaria la interacción. Por eso Daniel Bourgeois aventura en uno de sus escritos una definición de Teología como “misterio de la interpersonalidad”, porque Dios vive desde siempre en plenitud según una comunión interpersonal trinitaria, y plantea la siguiente afirmación en cuanto al modo de acercarse a él:

(…) en tanto que el bien es un objeto, constituye el objeto de una aprehensión y sabemos hasta qué punto figura en el corazón de la interrogación filosófica occidental, desde sus orígenes, el problema del conocimiento del mundo de los objetos o del mundo como objeto. Mas cuando el bien se revela y se da como persona, la dificultad del planteamiento temático de esta noción procede precisamente de que no se llevará a cabo nunca solo. En efecto, el planteamiento temático de la noción de persona nunca podrá llevarse a cabo más que en un contexto de interpersonalidad, donde cada una de las personas revela a la otra su ser de persona (…)[3]


Entre tanto, hay herramientas útiles que el teólogo no puede desechar porque su disciplina, si bien actúa a condición de la revelación de Dios, y gracias a sus operaciones intencionales, no está abstraída del resto de la vida, ni mucho menos de aquello que le brinda una mirada crítica sobre su quehacer, como es el caso de la filosofía[4]. Por ende, aunque se tengan prejuicios como considerarla incompatible con la fe en Dios, sobretodo en el caso de los filósofos incrédulos, debe también recordarse que su reflexionar tiene aproximaciones iluminadoras a lo que él es como idea, además traza los límites del conocimiento humano respecto a la divinidad. También aboga por el discernimiento de las experiencias personales de Dios, puesto que aceptarlas todas, así sin más, puede ocasionar la pérdida de su verdad universal, de su esencia. En este sentido, pretende que Dios no sea fruto de una construcción humana. No obstante, la filosofía tampoco puede pretender construir por sí sola ni esclarecer la fe en Dios, ni someterla a una crítica sin reserva de toda revelación, afirmación que le pone límite al conocimiento humano frente a los planes divinos que sin ser necesariamente irracionales, desbordan la categorialidad humana. Incluso para la fe es útil la filosofía, no en el sentido que sin filosofía no se pueda tener fe, sino desde la perspectiva de mirar críticamente aquello a lo que se piensa asentir con la creencia, no ocurra que sea fervoroso con aquello que no es Dios y la fe esté puesta en lo que no es él y se quede vacía. Sin embargo, la complementariedad que puede encontrar la teología y la experiencia religiosa en la filosofía no debe ser de forma instrumentalizada, porque de ser así, su uso sería amañado y poco complementario; más bien, para la experiencia de fe y la dilucidación de la revelación la filosofía debe ser reconocida como interlocutor, y desde Habermas es conocido que el diálogo, para ser tal, debe estar sujeto al reconocimiento del interlocutor como interlocutor válido, al reconocimiento de las pretensiones de verdad que tienen las partes, a la necesidad de inteligibilidad de los discursos, a la sinceridad de las posturas, a la simetría entre los hablantes, y al diálogo no coactivo para entre ambos, finalmente, construir la verdad.

En consecuencia, por el momento cabe concluir que el hombre tiene una necesidad profunda de indagar por aquel que lo interpela, Dios, quien lo habita en su más profundo centro, y de quien se tienen noticias primera y eminentemente por la dimensión afectiva, sin el desconocimiento de la necesidad de que se hagan presentes otras dimensiones como la racional, y abriendo paso a los avances de diversas disciplinas que, aun cuando inicialmente no parecieran tener una palabra sobre Dios, terminan aportando y dando luces que nos permiten ir adelante en su conocimiento.

[1] VÉLEZ, Consuelo, El método teológico, Colección de apuntes de teología, Pntificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2006.
[2] Íbid.
[3] BOURGEOIS, Daniel, La pastoral de la Iglesia, EDICEPI, Valencia, España, 2000, pp. 49-57.
[4] KUTSCHKI, N., Dios Hoy: ¿Problema o misterio?, Sígueme, Salamanca, 1967.
Billi Joel Moya Prieto
lebilli@hotmail.com

LA EXPERIENCIA EN LA COTIDIANIDAD

La realidad del hombre de hoy lo lanza a vivir en la cotidianidad, en lo que se presenta en el llamado rebusque de oportunidades, nuestra sociedad cada vez nos presenta más formas y maneras de sentirnos presas de acontecimientos a los cuales muchas veces no estamos preparados.

Carlos Bravo[1] en su escrito el marco antropológico de la fe, nos muestra un recorrido por el campo de la experiencia, en donde se pueden distinguir tres clases de experiencias en las cuales el hombre día a día está inmerso dentro de estas formas, por eso creo es necesario marcar su aspecto relevante para darnos cuenta de lo que realmente es una experiencia. La primera forma de experiencia es la empírica la cual no nos somete a una reflexión sino que se da en el contacto directo con el mundo que nos rodea, es una primera forma de conocimiento y por ser tan inmediata puede ser relativizada con los acontecimientos diarios; aquí podemos decir que entran todas nuestras percepciones sensibles que en ciertos momentos se nos vuelven tan usuales que no les ponemos atención; entonces, por ser tan usual puede caer en subjetivismos. La segunda forma es la experimental que se da dentro de cierto campo determinado y enmarcado por unas condiciones previamente establecidas, a esta forma de experiencia acceden las personas que se dedican a las ciencias, a investigar e indagar; pues, de los resultados obtenidos en la investigación se accede a la experiencia. Y una tercera forma es la experiencial o existencial que incorpora toda la totalidad de la experiencia humana; en ella se da la dimensión de posibilidad en la apertura de horizonte que se le abre al hombre en todo momento, pues siempre el hombre irá más allá del sentido que le acontece en la inmediatez.

La experiencia en el hombre tiene su origen cuando nos enfrentamos personalmente sujeto que conoce y el objeto que es conocido, siempre en la praxis existirá este modelo de conocimiento, siempre estará presente en toda experiencia humana; el hombre se sitúa frente a lo que conoce y allí toma conciencia del objeto, es un juego de alteridad entre el objeto y el sujeto pues el sujeto sale de sí para conocer el objeto. Cuando estamos frente a una situación de alegría inmediatamente tomamos conciencia de qué acontecimiento nos está proporcionando esa experiencia, pero después que se ha dado este momento nos encontramos con que la experiencia es inmediata con aquello que es objeto del conocimiento, pero aquí se ha de tener cuidado pues tendemos a confundir una vivencia con una experiencia, la vivencia está ligada al sujeto mientras que la experiencia va hacia el objeto y parte del sujeto. No obstante hay que tener presente en la experiencia la historicidad que es el contexto donde nos acontecen las cosas, cuando tenemos alguna experiencia estamos abiertos a cualquier posibilidad ya que la historia es dinámica y en ese constante movimiento es que nos damos cuenta que no todo es perfecto, que la vida no está del todo demarcada y que pertenece a nosotros ser constructores de esa historia de vida; en nuestra cotidianidad son muchas cosas las que queremos obtener pero a veces son pocas las que podemos alcanzar, demostrando así que hay un límite entre lo que se hace y lo que se desea alcanzar, pero ese movimiento espiral es el que hace posible que no nos cerremos a las posibilidades ni bloqueemos la expectativas que nos vamos forjando en nuestro diario vivir y así podamos a través del lenguaje expresar aquello que nos acontece, que nos hace salir de nosotros para encontrarnos con lo otro, con lo que se representa y toma significado en nuestro ser de hombres, cuando estamos frente a una experiencia espiritual, ahondamos y ahondamos en nuestra profundidad y esa profundidad nos hace salir de nosotros mismos e ir tras el otro estableciéndose así una intima comunicación en la que comprendo al otro tal como él es sin ponerle de antemano mis presupuestos. En este encuentro es muy usual que establezcamos códigos de comunicaciones que nos permiten movernos sobre la realidad.

En lo simbólico aparece la fe o el creer que es un acto cotidiano e íntimamente humano por el cual el hombre actúa libremente y no se deja imponer cosas que aten su libertad, ya que ella es fundamento y estructura de todo ser humano. La revelación de la palabra pone de manifiesto una realidad que se presenta en el hombre y ésta se da en un ambiente de confianza y libertad, por eso la revelación que es la manifestación de Dios se da como experiencia humana a través de la mediación de la realidad, queriendo decir con esto que la experiencia de Dios no puede ser directamente perceptible, pues no es una experiencia experimental que se pueda someter a prueba.

Entonces, podemos decir que la experiencia hace parte del hombre y que a cada momento estamos avocados a sentir, y ahondar en cada experiencia nueva que se nos presenta en el horizonte de posibilidades en donde está sumergido el ser humano, por muy duras realidades económicas, familiares y personales que este viviendo no dejara de tenerlas. Por tanto, la experiencia de Dios siempre estará mediada por algún acontecimiento de la realidad misma que se vive.

¿Cuál fue la experiencia del pueblo de Israel?

Gottwald[2] en su artículo ORIGEN DEL PUEBLO DE ISRAEL, va tras el surgimiento de este pueblo y pone de manifiesto la gran diferencia que se encuentra entre una persona cananea y una persona israelita, en lo que se refiere a los israelitas dice que son organizados socialmente en tribus, utilizan formas populares de cantar, narrar y celebrar, además tienen una gran devoción a Yavé. No obstante la experiencia primigenia del pueblo de Israel carece de fundamento ya que las formas de expresarse han sido construcciones posteriores; pero sí queda claro que la expresión del símbolo de opresión en el Éxodo corresponde a diversas experiencias de opresión que vivieron los israelitas al salir en búsqueda de su tierra prometida y confiando en la mano poderosa de Yahvé, estas creo que serian bases de su experiencia como pueblo peregrino en búsqueda de su tierra, encontrándose como dueños y señores de su propio estilo de vida, ellos marcaron su propia identidad y ahí radica su autonomía en su propio estilo de vida. Ahora, lo que pretende Gottwald es hacer un paralelo entre el origen y la construcción del pueblo de Israel con nuestra situación actual del país, y es recoger todos los elementos propios del contexto israelita y aplicarlos en nuestro contexto colombiano, no imitando sino propiciando nuevos modelos de vida en los cuales nos sintamos libres de la opresión que circunda a tantos hermanos nuestros que viven el flagelo de la injusticia y tomar aquellos elementos constitutivos para así constituir nuestra propia historia.

Nuestra fe nos ha de hacer libres y forjadores de esa libertad, estar siempre vigilantes y fieles a la vocación a la cual hemos sido convocados en nuestra vida, es en sí releer aquellos acontecimientos, socializarlos y ponerlos de manifiesto y, si se puede, llevarlos a la práctica en nuestro propio contexto; porque a veces se ha de aplicar en el contexto de cada ser humano y luego en el de la sociedad.

[1] BRAVO, Carlos. El marco antropológico de la fe. Bogotá: Publicaciones U. Javeriana
[2] GOTTWALD, N. Origen del pueblo de Israel. Revista Teológica Xaveriana. julio-septiembre.

ALEJANDRO GARCIA RAMIREZ
frayalejoocd@hotmail.com

EN LA PROFUNDIDAD DEL ALMA HALLAMOS LA TRANSPARENCIA DE DIOS

Cayendo el alma en la cuenta de lo que está obligada a hacer[1]. Es tal vez uno de los mejores inicios para nuestra vida espiritual; asumir el verbo en toda su dimensión, nos ayudará a comprender que el peso de nuestras complicaciones, nos alejan de esa profundidad que anhela el alma; caer no es otra cosa que bajar del mundo acomodado, del apoltronamiento que no permite una mirada interiorizada de nuestra propia realidad, es penetrar cada vez más en el fundamento de nuestra existencia histórica, en la profundidad última de la historia[2]. Es colocarnos ante nuestra propia miseria, no para castigarnos, sino para asumirla con radicalidad en la dimensión del amor. Es darnos la oportunidad de cambiar el estilo de vida que hasta ahora hemos llevado, es reconocer humildemente que somos finitos y contingentes. Cayendo el alma en la cuenta no es otra cosa que ingresar en la profundidad del misterio de Dios, para abandonar de una vez lo trivial vano que nos enreda.

Caer el alma en la cuenta, es sentir la soledad de aquellos que una vez nos prometieron fidelidad, es morir por el abandono del mundo, es experimentar la angustia de vivir en el vientre de una ballena pero con la esperanza de salir a la luz del día con un proyecto a realizar. Es ingresar en la cárcel de Toledo para experimentar la noche, el dolor físico y la incomprensión de los otros, es percibir que aunque el piso de nuestra realidad se destruya el amor de Dios es más grande que el que yo profería sentir por él y por ende estamos invitados a una conversión por la gran deuda que le debemos al criador.

Cuando caiga de mi propio egoísmo, cuando baje del árbol de la soberbia, cuando enfrente de una vez la tortura de mirar hacia la propia profundidad, tomaré conciencia del amor de Dios y es en ese mismo instante donde comenzará una historia de pasión entre el alma y el Amado, una historia donde el amado se pierde por momentos para que salgamos, -no hacia fuera, sino hacia dentro-, en una búsqueda desesperada y donde el único consuelo que nos alivia es gritar desconsoladamente ¿Adónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido? Expresión que sólo puede brotar de un corazón enamorado, un corazón desnudo y herido que siente la ausencia de su Amado y que definitivamente no puede vivir sin él.

La profundidad nos permite dicho encuentro amoroso, y necesita del silencio para lograr su cometido; sin embargo, la superficie de mi existencia, esa que me habita y de la cual se me dificulta separarme, es la que no permite el encuentro, sin embargo, el amado en su infinito amor nos regala atisbos de su belleza para que sigamos cavando más en el interior. La misma desesperación por conseguir al amado es la que no acepta que se esconda después de haberlo tenido por un momento, que se asemeje a un ciervo ligero, que salta en las praderas sin miedo alguno porque su natural es la libertad, pues sin libertad no hay amor y no hay posibilidad de unión. El amor nos hará intuir que al dueño de la libertad se le encuentra es adentro, en la espesura y sobre todo a solas.

El adentrarse en el bosque supone una decisión cabal “Buscando mis amores iré por esos montes y riberas, ni cogeré esas flores, ni temeré a las fieras, y pasaré las fuertes y fronteras”, una decisión que implica voluntad de llegar hasta el final. Una batalla que tenemos que librar con todas las superficies y capas que no nos impiden el amor incondicional. Las principales son nuestros propios fantasmas y ataduras: el miedo, el amor propio, el quererlo todo sin renunciar a nada… En el bosque, en la espesura, tenemos la posibilidad de interpelar a esas criaturas que nunca se habían observado por la prisa en que la sociedad nos envuelve; y es la profundidad la que nos sensibiliza para el diálogo con las criaturas, que nos permite descansar esa ansia devoradora de hallar aunque sea por un instante.

Poder hablar del Amado, tratar de encontrar sus huellas en aquellas cosas que hace tiempo dejaron de ser objetos de nuestro deseo, es una manera de remediar el dolor sentido. Pero las criaturas tratando de satisfacer el vacío del corazón, lo acrecientan, como cuando nos encontramos hambrientos y nos dan migajas para sosegar la hambruna. Por eso se le pide directamente al Amado su presencia personal viva y verdadera. Es una experiencia donde como creyente pido el “más” ya no me contenta la reflexión teológica que tanto me sirvió para comprender y conocer, las prácticas religiosas que tanto me embebieron, ni las vivencias de oración que permitieron amarle profundamente; sólo lo que puede alegrarme es que se entregue ya de vero, pues no hay nada en el cielo, ni en la tierra que pueda ofrecerme lo que deseo.

Ahora bien, la huella que ha dejado Dios en el alma, es una presencia constituyente de la que procede el impulso y la orientación que camina hacia la semejanza divina y que los místicos cristianos han expresados con las más atrevidas imágenes para decirse así mismo y a los demás, esa presencia originante que les constituye y le has desencadenado el proceso de búsqueda. Para el místico es precisamente la herida ontológica la que aporta la luz, que es capaz de de transfigurar la realidad y su mundo.

Por lo tanto, la muerte es la frontera que me permite ver a Dios de ahí que cante ¡Descubre tu presencia y mátame tu vista y hermosura! Una muerte que de ahora en adelante se convertirá en la aliada perfecta para lograr el tan deseado encuentro, es ella la que nos permite vivir más en la otra vida que en ésta. Porque se comprueba que el corazón vive donde está lo que ama. La muerte no es otra cosa que la realización plena de la profunda eternidad que ha anhelado el alma después de vislumbrar el misterio de Dios.



[1] SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico Espiritual, B
[2] TILLICH, Paul. La dimensión profunda. Bilbao: Ed. Desclée




HEVERT ALFONSO LIZCANO

AL MISTERIO SOLO SE ACCEDE ATRAVES DE LA EXPERIENCIA

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