CARMELITAS DESCALZOS, COLOMBIA

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NOVICIADO SAGRADO CORAZON DE JESUS. VILLA DE LEIVA COLOMBIA

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LA ORDEN DE CARMELITAS DESCALZOS, LLEGO A COLOMBIA EL 5 DE JULIO DE 1911. PROXIMAMENTE CUMPLIREMOS 100 AÑOS DE PRESENCIA EN ESTAS TIERRAS COLOMBIANAS DONDE HEMOS IMPREGNADO LA ESPIIRTUALIDAD DE NEUSTROS FUNDADORES. TERESA DE JESUS Y SAN JUAN DE LA CRUZ.

sábado, 3 de noviembre de 2007

CRÍTICA AL DISCURSO LÓGICO TRINITARIO DESDE LA ESPIRITUALIDAD


Es cierto que hablar de espiritualidad en general es hablar de todo y de nada, por eso en esta crítica la espiritualidad será entendida como lo que representa en el cristianismo, a saber, un ser, una vida, es decir, un existir creyente en el misterio de la salvación por medio de Cristo.[1]

Todo empieza cuando la dogmática trinitaria, amparada en un principio escolástico, hace una separación entre la teología y la espiritualidad, haciendo ver que la doctrina no tiene que ver con la experiencia de vida, y limitando cualquier posibilidad para que la dinámica existencial ilumine o diga algo sobre la teología. Por ende, la experiencia trinitaria de los Santos ha sido obviada a la hora de elaborar un discurso lógico al respecto, de modo que el interés por rescatar esa dimensión espiritual que debería tener presente la sistematización del discurso sobre la Santísima Trinidad es una tarea importante, dado que significa restablecerla y, a la vez, dotar de sentido el misterio trinitario en una época en la que prima la indiferencia y la desazón ante una superestructura dogmática un tanto vieja y que proyecta ser irreal en tanto sus conceptos, que no hablan de relación ni de experiencia, parecen ser un artificio.

Así, la crítica ante el concepto ‘Trinidad’ no desconoce su utilidad, pero reconoce sus límites dado que ya son poco más de veinte siglos de vida cristiana en la que no se tiene un sentido trinitario de la existencia, y lo demuestra el hecho de que cuando hablamos de Dios pensamos en una realidad indiferente de si es Padre, o si Hijo, o si Espíritu Santo, es más, poco se piensa si con ello nos referimos a alguna de aquellas personas, pero cuando hablamos de la Trinidad sí pensamos en las tres divinas personas, aunque como asunto filosófico, confluyendo las categorías ‘Dios’ y ‘Trinidad’ en una distorsión del misterio cristiano en cuanto se habla del mismo como de un objeto filosófico, que es diferente a reconocer que del misterio se hable en términos filosóficos.

Entonces, para ampliar lo dicho, entra a consideración un avance de la física cuántica
[2] que por sus propios descubrimientos está cada vez más alejada de las concepciones materialistas-atomistas del mundo, acercándose a la convicción de que la última realidad del universo es el espíritu, que según la terminología física es entendido como energía, desde el cual es pensable y cognoscible la materia. Y este descubrimiento científico tiene su correspondencia exacta en las experiencias místicas, aunque para la ciencia el espíritu es apersonal, y así se inclina por las místicas monistas o cósmicas, distintas de las místicas de tipo personal cuya base es la fe en un Dios personal. Consecuentemente, la pregunta que surge es si el Espíritu es apersonal-cósmico, o si es Padre, Hijo y Espíritu Santo, es decir, si es la Santísima Trinidad. Por tanto, ya aquí se ha llegado al clímax de este breve artículo, que consiste en subrayar la importancia de la espiritualidad a la hora de hablar del Dios cristiano, de la Santísima Trinidad, porque de no ser así, por una parte, la dogmática por sí misma cada vez será tenida menos en cuenta en tanto habla de una realidad personal de forma incompleta o contradictoria por no incursionar en el campo de la relación que tal misterio, entendido como persona, conllevaría, propio de la dimensión espiritual humana; por otra parte, si no se reconoce la espiritualidad al hablar del espíritu, que para el cristiano es la Santísima Trinidad, el discurso sobre la Trinidad confluiría en un sincretismo con la ciencia donde se termine diciendo que el fin del hombre al morirse es integrarse al cosmos. Este tipo de postura es apersonal, a-trinitaria, y por lo mismo carente de afectividad, de pasión, de amor.

[1] Esta definición fue sustraída de unas notas de clase de “Fundamentación Sistemática de la Pastoral” de la profesora Socorro Vivas, de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá.
[2] GUERRA, Santiago, “El misterio trinitario como tema teológico-espiritual”, en Revista de Espiritualidad 238, Madrid, 2001, pp. 49-73.
Realizado por los 3descalzos

UNA IMAGEN O UN DIOS VIVO Y DINÁMICO

Al adentrarnos en la maravillosa experiencia del encuentro con el misterio de lo divino, nos encontramos que esta experiencia radical que globaliza las diversas dimensiones de la existencia, el afecto, la razón, la voluntad, el deseo y el corazón. La primera reacción, expresión de gozo, es la alabanza, el canto, y la proclamación. Viene luego el trabajo de apropiación y de traducción de la experiencia-encuentro, hecha por la razón devota. Es cuando surgen las doctrinas y los credos[1].

No podemos adentrarnos en esta maravillosa experiencia sin ver la historia y los avances que ha tenido a los largos de los años nuestra concepción dogmatica y personal de la trinidad; pero teniendo como premisa la fe y más adelante la explicación de ella misma, por eso en el primer caso bien lo expresa sor Isabel de la Trinidad. OCD en su canto de alabanza. La Santísima Trinidad nos ha creado a su imagen y según el ejemplar eterno que poseía de nosotros dentro de sí, antes de la creación del mundo, en aquel principio sin principio, del que habla Bossuet, comentando a san Juan, en el principio existía el verbo. Y se puede añadir el principio era la nada ya que Dios en su eterna soledad nos tenia presente
[2]. Este canto expresa aquello que nace de lo más íntimo de su relación con la trinidad y quiere ponerlo de manifiesto; pero al igual la historia a través de los dogmas, concilios y sínodos han querido pronunciarse para explicar esa fe, que la tiene que hacer más creíble y apetecible, ya que tantas formulas y concepciones abstractas no dejan que sean accesible a todos los hombres, pues pareciera que eso fuera solo para los letrados.

Entonces en nuestro proceso de fe y de encuentro con el Ser trascendente nos encontramos con experiencias, o no experiencias sino conceptos o creencias trasmitidas por la Iglesia y el magisterio. Así lo podemos ver desde los inicios con una concepción monoteísta que pretende justificar un totalitarismo y la concentración del poder en la única persona, sea política o sea religiosa. Aquí se verifica una curiosidad dialéctica: las concepciones autoritarias pueden ocasionar la comprensión de un monoteísmo rígido, así como la visión teológica del monoteísmo a-trinitario puede servir de justificación ideológica de un poder concentrado en una sola persona
[3]. Ya estas concepciones las tenía en sus inicios el cristianismo en donde ciertos pensadores establecieron correspondencias de este estilo.

Pero a pesar de estas concepciones totalitaristas hemos de ver que la dinamicidad de la trinidad se encuentra en la concepción de comunidad, perijoresis de amor y revelación que hacen más actual la vivencia de estas tres personas en la vida cotidiana, es revelación de Dios tal como es: Padre, Hijo y Espíritu Santo en eterna correlación interpretación, amor y comunión, por lo que son un solo Dios. El que sea trino significa la unión de la diversidad.

Al ver pues la Trinidad como una comunidad de amor podemos ya adentrarnos en la experiencia trinitaria que se ha vivido. El pueblo de Israel tuvo una experiencia vivencial con Yahvé, de la misma manera Jesús le trasmitió a los apóstoles una convicción y una experiencia con un Dios vivo, cercano, que acompaña; experiencia que fue compartida también por los apóstoles a todos los pueblos (Mt, 28:19-20). y me surge una pregunta ¿Por qué esta misma experiencia no llego a nuestro tiempo, en cambio recibimos la trasmisión de unos conceptos fríos y unas imágenes muertas de Dios, un Dios que no es cercano, que no camina con nosotros, pero sí está atento para castigarnos y enviarnos al fuego eterno? El magisterio de la Iglesia preocupado por proteger unas doctrinas y por trasmitirlas de generación en generación, de una forma tan fiel y rígida, terminó mostrando un Dios petrificado, representado en imágenes y en íconos que colocaron a Dios lejos del hombre, lo mandaron a habitar en lugares recónditos y solitarios donde el hombre no puede llegar.

Encontramos al THEOS, AL SEÑOR, AL INNOMBRABLE, AL TODO PODEROSO, AL ETERNO, AL INFINITO. Un Dios visto así es inalcanzable, es el dios de las ideas, que solo puede ser conocido a través del intelecto o los conceptos, nunca podrá ser experimentado por el corazón del hombre. El Dios que nos compartió Jesús nada tiene que ver con el THEOS, con el Dios innombrable. Jesús experimentó al Padre de una forma totalmente diferente, lo podría nombrar y lo hacia de una manera que escandalizaba a sus cohermanos, se dirigía a él como: “abba” (Mc 14; 36).

El contraste es abismal. Cuando pensamos en el THEOS, podemos captar la relación con este Dios como fría, lejana y moralizante, porque es un Dios que no vive las dificultades que el hombre experimenta. Este Dios ve desde afuera lo que esta aconteciendo, no esta sintiendo con el hombre. Se escucha duro decir que este Dios juzga al hombre desde su condición de perfección. Visto así, es un Dios que se contradice, porque desaprueba la esencia y libertad del hombre. El Dios THEOS obliga al hombre a optar por él, porque necesita del ser humano para ser Dios, para sentir que es el todo poderoso, necesita adeptos para ser Dios.

Esta relación es enfermiza. Por un lado un Dios que necesita del hombre para poder verse como el creador y por el otro lado un hombre que se ve obligado a optar por uno de estos dos caminos: seguir a su infinito y eterno creador, dador de todo o caer en la condena eterna.

El “Abba” implica una relación totalmente diferente, una relación que hace aflorar la ternura de Dios. El niño se refiere a su padre con la expresión “papi” porque lo siente cercano; existe una confianza total y vivencial, no conceptual. En su relación con el padre, el niño no se siente juzgado. Se siente amado y desde este amor desarrolla un espíritu sano, con esperanza. El papá no obliga a su hijo a quererlo, por las cosas que le da y el niño no se siente obligado a querer al padre porque recibe cosas de él. Es un amor desinteresado y libre. De esta misma forma Jesús se experimento amado por Dios y fue éste el amor que trasmitió a los apóstoles para que ellos a su vez lo dieran a conocer a todas las naciones. Ejemplo de este amor desinteresado del padre lo tenemos en el relato del Padre Misericordioso. (Lc 15: 11-32)

El hijo toma la decisión de marcharse del lado del padre llevándose su parte de la herencia. ¿Cual fue la actitud del padre? Es claro que actuó con misericordia comprensión; no reprochó la acción de su hijo y le dio la libertad de decidir, pero lo más bonito fue su actitud de acogida. Esperó pacientemente en la puerta de la casa porque guardaba la esperanza que aquel hijo que se había marchado podía cambiar de opinión y regresar. Al verlo venir de lejos, corre a su encuentro con los brazos abiertos, no existe en su corazón ningún ápice de condena por haber malgastado todo su dinero, lo que importa en esos momentos es que su hijo esta otra vez en casa.

Este es el Dios de Jesús; un Dios que tiene una casa, que trabaja, que tiene sentimientos, un Dios que corre, que abraza y que celebra con fiestas cuando el hijo que había perdido regresa. Esta experiencia con el creador no atenta contra la antropología del hombre. Para experimentar a Dios, el hombre no necesita negarse a sí mismo. La persona pierde su libertad cuando se hace representaciones de Dios. Su antropología es estática porque éstas representaciones de se quedan ancladas en una época y no podrán avanzar ni dar respuestas a las necesidades que día a día el hombre le pide al evangelio.

Jesús nos mostró una nueva forma de experimentar a Dios, ya no es la representación de Dios o una imagen distorsionada de Él, tenemos la apasionante experiencia del Dios amoroso, tierno, misericordioso que sale a nuestro encuentro para abrazarnos. Este Dios de Jesús se involucra conmigo, camina conmigo y construye historia con cada uno de nosotros, es un Dios cercano y mira en lo más secreto de nuestro ser, nos conoce, es consciente de cada uno de nuestros sentimientos por esto no nos pide más de lo que desde nuestra condición de humanos podemos aportar. Un Dios que camina con el hombre para construir con él no puede tener más que una mirada tierna y amorosa con su creatura, no un juicio moralizante de las dificultades que éste tiene en su cotidianidad.

Así esta relación perijoretica nos dan para vivir una experiencia de fe en el contexto de opresión y de ansias de liberación, el Abba es el creador y está constantemente creando en nosotros expresiones nuevas de vida y el hijo acompaña siempre ese proceso de vitalidad y El Espíritu es el que impulsa la dinamicidad del Padre y del Hijo en el hombre. La comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo significa el prototipo de la comunidad humana que sueñan los que quieren mejorar la sociedad y construir así para que sea a imagen y semejanza de la trinidad
[4].


[1] BOFF, Leonardo, la Trinidad, la sociedad y la liberación, colección cristianismo y sociedad, Edic paulinas, Bogotá, 1987.
[2] Sor Isabel de la Trinidad, obras completas, edit. Monte Carmelo, 1981. Pág. 145.
[3] Op,cit. pág. 30
[4] Ibídem, pág. 14



Alejandro García Ramírez

LA TRINIDAD COMO INTEGRADORA DE DIFERENCIAS

Cuando en el año 323, el emperador Constantino estableció la iglesia Cristiana como poder dentro del Estado, los problemas con los que ésta se vio enfrentada fueron enormes. Durante los periodos de persecuciones no fue necesario construir lugares públicos para el culto. Las iglesias y locales de reunión que existían eran pequeños y sencillos. Pero una vez que la iglesia se convirtió en el mayor poder del reino, el conjunto de sus relaciones con el arte tuvo que plantearse de nuevo. Los lugares de culto no podían tomar por modelo a los templos antiguos, puestos que sus funciones eran completamente distintas.

El problema ahora consistía en decorar esas basílicas, porque la cuestión de las imágenes y su empleo en religión se planteó de nuevo, provocando violentas disputas. En una cosa estaban de acuerdo casi todos los cristianos: no debía haber estatuas en la casa de Dios. Las estatuas eran demasiado parecidas a las imágenes talladas y a los odiosos ídolos que estaban condenados por la Biblia. Colocar la figura de Dios era algo totalmente absurdo. ¿Cómo comprenderían los pobres paganos que acababan de convertirse a la nueva fe la diferencia entre sus viejas creencias y el nuevo mensaje, si veían tales estatuas en las iglesias? Demasiado fácilmente podían creer que estatuas semejantes representaban a Dios, como una estatua de Fidias habían creído que representaba a Zeus, y así aún les sería más difícil comprender el mensaje del único Dios, Todopoderoso e invisible a cuya semejanza estamos hechos.

Sin embargo fue el papa Gregorio el Grande, que vivió a finales del siglo VI, quien recordó a aquellos que se oponían a toda especie de representación gráfica, que muchos de los miembros de la Iglesia no sabían leer ni escribir y que para enseñarles las imágenes les era tan útiles como los grabados de un libro ilustrado lo son para los niños. “la pintura puede ser para los iletrados lo mismo que la escritura para los que no saben leer”. Fue de extraordinaria importancia para la historia del arte que tan gran autoridad se declarase a favor de la pintura. El papa Gregorio comprendió ese campo de la significación humana, que se expresa mejor por imágenes que por categorías conceptuales. Ningún concepto, ni siquiera el más sistemático puede sustituir a los símbolos, especialmente en su carácter de significación existencial. El símbolo hace presente al que se encuentra ausente, arrastrando el universo entero de donde hace parte.

Bajo esta perspectiva, los símbolos y las imágenes nos ayudaron a concretar y materializar el significado del misterio de la santísima Trinidad, aquel misterio que los primeros cristianos comenzaron a pensar y a traducir en una fórmula que se convirtió después en doctrina trinitaria, expresándose de la siguiente manera: Un Dios en tres personas, o una naturaleza y tres hipóstasis, o tres amantes y un solo amor, o tres sujetos y una única substancia, o tres únicos y una sola comunión
[1]. Entonces, la importancia de las imágenes reside en el hecho de que nos ayudan a mantener ciertas actitudes frente a la trinidad en sí misma y frente a cada una de las personas.

De la misma manera como el arte tuvo que consolidarse en una iglesia prevenida ante las imágenes, la historia de la reflexión trinitaria tuvo que sistematizarse en tres tendencias. Tendencias que no surgen por capricho sino por la necesidad de exponer a la Trinidad ante los errores que se tenían que combatir. En un ambiente de politeísmo es natural que la reflexión trinitaria empiece subrayando la unicidad de Dios; es apenas lógico que si se empezaba predicando sobre la Trinidad, a los cristianos recién conversos les daría la impresión de oír hablar de un politeísmo reducido a tres dioses en ves de muchos; entonces la situación llevaba a una reflexión centrada en la unidad de Dios y a partir de ahí en la diversidad de las personas.

Ante la imagen de un único Dios se podía caer en la negación de Jesucristo, entonces la reflexión se vio en la necesidad de acentuar la diversidad de Dios; se insistirá por lo tanto en la Trinidad y las personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo), a partir de la diversidad se llega a la unidad.

La última tendencia ataca ese individualismo que maneja la sociedad, donde la comunión y la solidaridad no son tenidas en cuenta, entonces la reflexión dirige su mirada no tanto hacia el monoteísmo o el trinitarismo, sino hacia la relación de las divinas personas, es aquí donde se insistirá en la comunión como el principio primero y fundamental en Dios y en todos los seres hechos a la imagen y semejanza de las relaciones trinitarias.

La renovación de la teología trinitaria se está realizando a partir de una reflexión, que todavía está en gestación, reflexión que nos muestra las relaciones comunitarias y sociales que envuelven a todos los hombres y mujeres entre sí, y también a las personas divinas. Así, la sociedad humana representa el dinamismo de la trinidad, una trinidad comprendida humanamente como comunión de personas fundamenta una sociedad de hermanos y hermanas, de seres iguales, en donde el diálogo y el consenso constituyen los fundamentos de la convivencia tanto para el mundo como para la iglesia.

Nuestra mirada a la trinidad, que tan influenciada ha estado por las imágenes que se han elaborado de ella, siempre han estado representadas en forma masculina. Sabemos que son principalmente las imágenes las que plasman las conciencias y crean los comportamientos sociales; el predomino de imágenes masculinas en el cristianismo ha impedido que las mujeres pudieran expresar su experiencia religiosa a partir de su propia condición femenina utilizando una simbólica adecuada. Por esta razón, se hace necesario tener una conciencia de trinidad transexista, no se trata de introducir la figura femenina en la trinidad, sino de elaborar la dimensión femenina de todo el misterio trinitario y de cada persona divina
[2], expresando a Dios en la riqueza de las dos formas de comunión y de co-existencia, la masculina y la femenina.

En el cuadro “ El Regreso del Hijo Pródigo” notamos como Rembrandt entiende la dimensión transexista de Dios, el Padre no es sólo el gran patriarca, sino que también es madre y padre. Toca a su hijo con una mano masculina y otra femenina. El sostiene y ella acaricia, él asegura y ella consuela. Es, sin lugar a dudas, Dios, en quien femineidad y masculinidad, maternidad y paternidad, están plenamente presentes. Mirar el cuadro de Rembrandt, es sentir la cualidad maternal del amor de Dios, donde bajo la forma de un viejo patriarca judío, emerge también un Dios maternal que recibe a su hijo en casa.
[1] Cfr. BOFF, Leonardo, la Trinidad, la sociedad y la liberación, Ediciones Paulinas ,1987

[2] Cfr. BOFF, Leonardo, la Trinidad, la sociedad y la liberación. Ediciones Paulinas ,1987
Hevert Alfonzo Lizcano.

LA SALVACIÓN: en la comunión de la Santísima Trinidad

Quizá convenga empezar afirmando que si bien Dios no es aprehensible a los conceptos ni a las categorías humanas, pues es siempre desborde ante cualquier recipiente que lo quiera contener, es, sin embargo, necesaria una sistematización lógica de lo que él es, no como aprehensión valga la insistencia, sino como comprensión básica de su ser, que oriente nuestra creencia y nuestras actitudes. En otras palabras, es importante saber a nivel conceptual, por ejemplo, que el Dios del cristiano es uno sólo (Dt 6,4), y que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. No obstante, aun cuando el concepto se comprende, no se entiende cómo pueda ser esto de tres personas un solo Dios. Así, las categorías humanas no niegan el misterio, antes lo evidencian.

Pero sistematizar discursiva y lógicamente lo que es la Santísima Trinidad es una tarea cuidadosa, dado que el concepto humano puede emitir una imagen distorsionada del misterio, sea porque no se comprende, como le ocurrió a los arrianos, o porque comprendiéndolo el lenguaje en que se expone es ambiguo, y en este caso el peligro no es desbaratar el misterio, esto es imposible, Dios es Dios; el peligro estaría en las implicaciones que esa imagen distorsionada de Dios conlleva para la vida del género humano. Así, un Dios amoroso legitima actitudes fraternas y solidarias en los hombres, mientras que un Dios que por Omnipotente, violenta para conseguir todo lo que quiere, posibilita la violencia y la muerte.

Por eso la importancia del libro “La Trinidad, la sociedad y la liberación”
[1] de Leonardo Boff, que se escribe luego de una larga y dilucidadora trayectoria de reflexión cristiana sobre la Trinidad. Allí, el teólogo de la Liberación habla del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo como el único Dios en la comunión más completa y la participación más absoluta y eterna, afirmación que de entrada muestra a las tres divinas personas como dinamismo infinito de comunión y de interpenetración. Eso del dinamismo es clave, dado que expone a Dios, ya desde la comunión que tiene consigo mismo en eternidad, saliendo de sí mismo “en sí mismo”, en cada una de las tres personas que se vuelca totalmente sobre las otras para ser. Para ser ellas mismas y para que puedan ser las otras. Así entonces, en este sentido, la unión de las tres divinas personas en un único Dios subraya la unidad en medio de la diversidad. Primero se distingue cada persona antes de la comunión como tal, porque el proceso de autorrealización consiste en poder cada persona realizar a las otras.

La unidad no es en medio de la identidad porque la identidad no da paso a la distinto, lo cual no significa que la Trinidad no obre inseparablemente. Por tanto, si la Trinidad fuera unidad en la identidad no habría motivos de peso para diferenciar a las tres divinas personas, dado que todas serían lo mismo, y entonces las misiones, que son propias, podrían adjudicársele a cualquiera de las personas, y sería posible afirmar que el Padre se encarnó y que el Espíritu generó al Hijo. La Trinidad en este caso sería mezcolanza sin razón, y una ficción de la imaginación, porque no se estaría hablando en sí de tres personas, sino de una en realidad, y no es así en la Santísima Trinidad.


Otra de las afirmaciones iluminadoras es la de la Trinidad como “Vivir Eterno”, y todo lo demás como participación de ese vivir. Esa es la naturaleza íntima de Dios y ese es el regalo que concede a los hombres. Por eso mismo prefiere a los pobres y a los oprimidos, a aquellos que por diversas causas tienen la vida amenazada. Esa vida a la que Dios destina al hombre es la vida eterna, pero no como algo indiferenciado, sino como comunión de Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tal comunión es unidad en sociedad, modelo de unión para los seres humanos en cuanto son relacionales. “El Dios cristiano es un proceso de efusión, de encuentro, de comunión entre distintos enlazados por la vida y por el amor.”
[2] Por eso en Dios todo es ternario, no hay relaciones binarias ni encierros en sí mismo. Esa comunión simultánea en la Trinidad es el fundamento de la realidad, que por equívocos antiguos, tal vez efecto de nuestra naturaleza caduca con una tendencia impresionante al egoísmo, ha sido concebida, la mayor parte de la historia, y por el mayor número de personas, como la oportunidad para conquistar, gobernar, subyugar, desposeer, y ejercer la autoridad y el poder, promoviendo el individualismo, la violencia, y el desinterés por el otro en cuanto mi actuar con él no me beneficie a mí. Por eso mismo san Pablo y san Juan nos brindan una palabra al respecto, recordándonos aquello para lo que fuimos hechos, a saber, ser incluidos junto con el resto de la creación en la unión perijorética, o interpenetración de la Trinidad (Jn 17,21; 1 Cor 17,21). En ese sentido, la Santísima Trinidad es crítica e inspiración para nuestra forma de vivir en sociedad. Y esa comunión debe manifestarse en el amor a los hermanos, como lo dice san Juan y como lo recuerda Agustín en el libro (8,12) del De Trinitate, donde también bellamente nos manifiesta que Dios es el amante principal[3], y su desborde de amor nos permite amar al prójimo.

Por otra parte, la instauración de una sociedad relacional y equitativa tiene connotaciones políticas, pero no por esto le corresponde a la teología decir cuál modelo social elegir. Esa función le corresponde a la gente, buscando aquellos modelos que respetan y acogen mejor la comunión trinitaria. No obstante, este ideal no se materializa de golpe, sino paso a paso, y no precisamente por los opresores, puesto que niegan la igualdad. Es a los oprimidos a quienes les corresponde inaugurar el proceso de “liberación”, que otorga herramientas para ser críticos con las autoridades excluyentes e imponentes, sí, incluso con las de la propia Iglesia, porque todo está sometido al imperativo de la comunión y de la participación de todos, para el bien de todos, erigiéndose una iglesia definida así: “Iglesia es comunidad de los fieles que están en comunión con el Padre, por la encarnación del Hijo, en el Espíritu santificador, en comunión entre sí y con sus coordinadores”
[4], notándose que hay personas que dirigen, pero como servicio, no como posición, desde la perspectiva corporal de Iglesia que san Pablo afirma (1 Cor 12,12-30).

En consecuencia, la inclusión de la Trinidad en la sociedad hace que se le comprenda ya no solamente en el ámbito lógico, sino que se le experimente como misterio salvífico para el género humano, donde el Padre solamente se entiende desde la comunión del Hijo, quien nos vino a liberar en nombre del Padre. Por eso la importancia de reconocer la autoconciencia de Jesús como Hijo (Mt 11,27), que no nos presenta doctrina sobre el Padre, ni sobre sí mismo, sino que muestra un comportamiento concreto como modo de permanecer en filiación con él, revelándonoslo en una práctica de liberación, dándonos conciencia de que somos también hijos e hijas en el Hijo.
[1] Boff, Leonardo, La Trinidad, la sociedad y la liberación, Colección Cristianismo y Sociedad, Madrid, 1987.
[2] Íbid.
[3] San Agustín, Tratado Sobre la Santísima Trinidad, B. A. C., Madrid, 1948.
[4] Cfr. La Trinidad, la Sociedad y la Liberación., p. 189.
Billi Joel Moya Prieto
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